Los
grandes descubrimientos de la historia, reservados en principio a los
profesionales —demasiado pacientes, circunspectos y condicionados por su
minucioso trabajo de búsqueda para andar pregonándolos—, tienen habitualmente
necesidad de una larga maduración. Permanecen durante mucho tiempo en el
secreto y se revelan sin estruendo. Ha sido preciso un siglo y medio de
hallazgos, de genio, de excavaciones y de esfuerzos, para enterarnos de que
disponíamos de nuestras más remotas credenciales de familia, los de nuestros
más antiguos ancestros identificables en línea ascendente directa. Ellos fueron
los venerables creadores y portadores de la antigua y brillante
civilización de Mesopotamia, nacida en el paso del cuarto al tercer
milenio, desaparecida poco antes de nuestra era, y de la que nos queda un
gigantesco botín arqueológico y medio millón de documentos descifrables.
Mesopotamia
no solamente inventó la escritura y, con ella, una nueva forma de pensar, de
analizar y de ordenar el mundo. Fue también el crisol de la religión más
antigua que se conoce. Religión entendida en el sentido más estricto: un
panteón de divinidades en el que a cada uno se le atribuye un papel y una
función propias, en el que la intercesión se obtiene por medio de ritos
codificados, y donde las voluntades se manifiestan a través de signos que sólo
una clase de sacerdotes sabe interpretar. Divinidades accesibles, cuyo mundo
está en el origen del mundo de los humanos y cuyas estructuras jerárquicas
modelan las del universo político y social terrestre. Divinidades presentes,
activas, y a corta distancia del ser humano, hasta el punto de que éste tiene
la posibilidad de elegir, según las circunstancias de su vida, aquel o aquella
al que reservará una devoción particular.
Una
religión que inventa ritos, relatos (como el del diluvio), epopeyas (como la de
la creación o la del nacimiento del trabajo), y en la que, por contaminación,
las religiones de los países vecinos, con civilizaciones menos elaboradas, se
inspiraron o adaptaron.
Una
religión creíble, en realidad el primer sistema de creencias fuertemente
elaborado, que fue el crisol del que ha moldeado nuestro mundo: el monoteísmo.
ISBN:
978-84-8164-452-4
272 páginas
Fecha de publicación:
abril 2001, 1ª edición
Dimensiones: 145 x 230
mm, peso 360 g
Materias: Historia
y fenomenología de las religiones; Medio Oriente
Jean
Bottéro: Se ha
impuesto como uno de los más grandes especialistas internacionales en la
civilización mesopotámica. Nacido en 1914, es desde 1958 jefe de estudios de la
École Pratique des Hautes Études (sección de ciencias filológicas e históricas,
cátedra de asiriología). Sobre Mesopotamia ha publicado especialmente Mésopotamie.
L’écriture, la raison et les dieux y Naissance de Dieu. La Bible
et l’historien. Es también autor de Lorsque les dieux faisaient l’homme.
Mythologie mé-sopotamienne, en colaboración con Samuel Noah Kramer, así como
del capítulo «La religion de l’ancienne Mésopotamie», en L’Orient ancien.
Se le debe por último Babylone à l’aube de notre civilisation, así
como Babylone et la Bible. Entretiens avec Hélène Monsacré.
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